jueves, 19 de mayo de 2011

Sueño de una noche de verano

Las piras ardían a las orillas del Ganges y los últimos rayos del sol bañaban Varanasi en el último día de septiembre, cuando el calor era más agobiante y la humedad insoportable, incluso para los más acostumbrados al clima. El olor a carne quemada inundaba todo el lugar y daba cuenta de los cuerpos que eran rostizados. Unos hombres semi desnudos se paseaban junto a las escalinatas que daban al río y bailaban como poseídos por una música que sonaba a todo volumen pero que únicamente se oía en sus mentes. Cubriendo su sexo con una tela blanca y con el rostro pintado del mismo color, contorneaban sus cuerpos sin cesar, sin mirar a nadie.
Y yo caminaba junto a ellos, intrigada por esas danzas y esos cánticos medio murmurados que salían de sus bocas con pocos dientes y en lenguas completamente fuera de mi entendimiento y comprensión. Una escena que parecía tan extraña pero que nadie observaba con tal intriga como lo hacía yo. Luego se acercaron al río y se sumergieron en sus aguas oscuras, como parte de un ritual milenario. Junto a ellos un grupo de mujeres lavaba ropa y un par de niños chapoteaba en el agua ante el ojo vigilante de sus madres.
Y luego me alejé, me interné en las históricas callejuelas de Varanasi, en sus estrechos pasajes, en sus avenidas repletas de vacas, imposibles de atravesar y con un tráfico caótico. Busco algo para comer, pero todo lo que encuentro son platos típicos y mi estómago ya no resiste más el picor de sus artes culinarias. Mientras camino, niños aparecen de todos lados y se me acercan pidiéndome dinero. No hago más que mirarlos y sonreír al tiempo que intento alejarme.
Y así termina otro día en Varanasi, el calor no mitiga por las noches, tan húmedas como el día, mientras el otoño avanza lentamente.