domingo, 12 de febrero de 2012

Do

El sonido de su respiración altera mis nervios, despertando en mi un miedo inconsciente al ahogo, a no poder respirar, a la muerte. Me rasco la cabeza liberando un nerviosismo sin control, mientras intento cantar en mi mente para ahogar esos ruidos.
El sueño no viene, y mientras la madrugada avanza con lentitud, oigo el canto de la madera que se expande y se contrae por efecto del frío de la noche, como un diafragma.
Pienso en la mañana, mientras paradójicamente miro las estrellas que se asoman en la oscuridad, observando con detenimiento lo que ocurre a sus pies. Un presente visto desde el pasado, mientras arden a millones de años luz.
Por un momento logro dejar de pensar en el sonido de la respiración, cuando súbitamente lo oigo nuevamente por sobre mis pensamientos que se ahogan en un ir y venir infinito del aire que entra y sale del cuerpo que yace junto al mío.

jueves, 19 de mayo de 2011

Sueño de una noche de verano

Las piras ardían a las orillas del Ganges y los últimos rayos del sol bañaban Varanasi en el último día de septiembre, cuando el calor era más agobiante y la humedad insoportable, incluso para los más acostumbrados al clima. El olor a carne quemada inundaba todo el lugar y daba cuenta de los cuerpos que eran rostizados. Unos hombres semi desnudos se paseaban junto a las escalinatas que daban al río y bailaban como poseídos por una música que sonaba a todo volumen pero que únicamente se oía en sus mentes. Cubriendo su sexo con una tela blanca y con el rostro pintado del mismo color, contorneaban sus cuerpos sin cesar, sin mirar a nadie.
Y yo caminaba junto a ellos, intrigada por esas danzas y esos cánticos medio murmurados que salían de sus bocas con pocos dientes y en lenguas completamente fuera de mi entendimiento y comprensión. Una escena que parecía tan extraña pero que nadie observaba con tal intriga como lo hacía yo. Luego se acercaron al río y se sumergieron en sus aguas oscuras, como parte de un ritual milenario. Junto a ellos un grupo de mujeres lavaba ropa y un par de niños chapoteaba en el agua ante el ojo vigilante de sus madres.
Y luego me alejé, me interné en las históricas callejuelas de Varanasi, en sus estrechos pasajes, en sus avenidas repletas de vacas, imposibles de atravesar y con un tráfico caótico. Busco algo para comer, pero todo lo que encuentro son platos típicos y mi estómago ya no resiste más el picor de sus artes culinarias. Mientras camino, niños aparecen de todos lados y se me acercan pidiéndome dinero. No hago más que mirarlos y sonreír al tiempo que intento alejarme.
Y así termina otro día en Varanasi, el calor no mitiga por las noches, tan húmedas como el día, mientras el otoño avanza lentamente.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Alter ego

Tenía las mismas zapatillas que la última vez que lo vi hace tres años. Su madre lo amenazaba todo el tiempo con que las botaría, pero él siempre se salía con la suya y las conservaba como una reliquia. Seguían sucias y desteñidas y el temor por lavarlas y que se deshacieran era más grande que la pretención de que lucieran nuevas.
Había perdido un poco de pelo, pero se lo había dejado crecer para disimularlo. También había perdido peso, y al abrazarnos pude notar sus costillas junto a las mías. Esta vez, eso sí, olía diferente. Quizás un nuevo perfume, o quizás un nuevo champú.
Conversamos largamente mientras bebimos un café. Me contó sus historias y yo lo escuché con atención. Creo que no estaba tan interesada, pero asentía con cada frase que salía de su boca. Me parece que creyó mi actitud, y lucía cada vez emocionado de relatarme nuevas cosas.
Pasado un momento miré la hora. Eran más de las seis de la tarde y no podía permanecer ahí fingiendo otro poco más. Sonaba una canción de David Bowie y me puse a imaginar a Ziggy Stardust bailando sobre un escenario en el Hyde Park. La gente pasaba presurosa sin reparar en mi repertorio de mentiras que me hacían lucir atenta frente a una conversación vacía en medio de un café.
Creo que en algún momento no lo pude sostener más y solo me paré. Me disculpé y di media vuelta, marchándome por las calles grises y vacías que circundaban el café. Ziggy Stardust seguía en mi mente y así como el alter ego de David Bowie fingí ser alguien más nuevamente, total nadie reparaba en mis mentiras.

lunes, 29 de noviembre de 2010

New York City boy

El frasco de anfetas yacía volteado junto al colchón en el suelo, en medio de esa habitación oscura, en medio de Nueva York. Un par de agujas usadas sobre un plato y una botella de vodka de mala categoría completaban la escena. De la habitación del lado sonaban los Velvet Underground y el viento golpeteaba una ventana abierta.
Él entró en el cuarto y se lanzó sobre el colchón. Sacó unos papelillos de su bolso y los dispuso sobre una mesa que había en el rincón. Volteó el contenido y jaló el polvillo blanco. Respiró fuerte y se pasó la mano por el rostro para borrar cualquier rastro.
Ahora estaba sobre su espalda, mirando el techo de madera, pensando, esperando iniciar un viaje del cuál no sabía si había retorno. El polvo blanco comenzó a hacer efecto y los melancólicos acordes de Pink Floyd sonaban de la misma radio que antes toco a los Velvet.
Ya no entendía lo que Roger Waters tenía que decir, eran todos colores y sombras difusas que se movían con lentitud de un lado a otro.
Tomó su maleta y emprendió a un destino desconocido. Lejanas estepas de la Europa oriental lo recibirían: nevadas, gélidas, inhóspitas. Nadie lo esperaba a su llegada. Pero eso no le importaba. Ya nada importaba. Su cuerpo se había enfriado y una luz blanca lo inundaba todo. No sabía si era el reflejo de la nieve o si era el confort de la muerte que había llegado por él.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cajita de música

La música suena fuerte en los audífonos y tengo unos deseos incontrolables de cantar con todas mis fuerzas. El camino a casa se hace largo y tedioso, y evito dormirme mientras mi compañero de asiento cambia cada cierto tiempo. Afuera, la calle avanza con rapidez y lentitud, y el calor dentro del bus es agobiante.
Cientos de rostros vacíos caminan por las calles y no alcanzo a reparar en ninguno de ellos. Cuando llego a una de las tantas esquinas dónde nos detenemos, el olor del maní confitado se mezcla con el de la inevitable sudoración veraniega... un olor vomitivo que acompaña mis pensamientos vagabundos en un mar de ideas y preocupaciones.
Un poco más allá está mi destino final, que no es más que la parada del bus y no un sueño de niñez ni de realización personal. No están mis metas, sino que un par de vendedores ambulantes que se suben por la última puerta a rematar los últimos chocolates medio derretidos por el calor del verano.

martes, 9 de noviembre de 2010

Escribir o no escribir, he ahí el dilema.